Yo ausculté el corazón de la noche,
descifré sus latidos, retumbantes de sombra,
deslumbrantes de astros, que en la pupila negra
del silencio titilan como brillos de ojos
de entidades furtivas.
Yo ausculté el corazón del muérdago,
que palpita recóndito como un golpe de puños
de dos hadas cautivas, o de un numen caído
por un hueco del tronco de ese árbol creado
por un mago druida.
Yo ausculté el corazón del océano,
es convulsivo y verde como el sueño de un ogro,
como nudo de víboras, y es azul, puro y rítmico,
cuando un niño le hunde en el pecho de espuma
su pie desnudo, ínfimo.
Yo ausculté el corazón del mundo,
es verdinegro y ronco su latido babélico,
es un coro de truenos, un redoble patético,
una pared golpeada por multitud de locos
de un infernal presidio.
Yo ausculté el corazón del Hombre,
no palpita, tirita, no percute, martilla,
se desboca, se hiela, se debate, se asfixia
en la sístole pérfida del rencor y la duda,
y en la diástole, llora.
Yo ausculté el corazón del Poeta,
no redobla, no gime, no es contumaz, no implora,
su latir es tañido, su corazón, su torre,
y en la tarde acompasa su palpitar de niño
con el pecho de un ángel que al pasar, se emociona.
